sábado, 31 de enero de 2009

Accesibilidad a la vivienda: falacias que destruyen empleo

MARCIAL BELLIDO MUÑOZ

Alguien aseveraba hace unos días que los promotores inmobiliarios andaban en retirada. Que habían quedado diezmados y que el escaso porcentaje que aún seguía en pie lo estaba más por la estructuras societarias y las garantías por ellas prestadas que por una clara decisión de seguir promoviendo. Mientras que una promoción inmobiliaria sea un mecano que se construye colocando pieza sobre pieza, será difícil 'amarrar' al puesto a empresarios que, finalizada la tarea y entregado el producto, parten de cero sin más inmovilizaciones que las que ellos hayan planteado de cara a futuros desarrollos.

Se van por miedo a lo desconocido, lo hacen porque no hay mercado que quiera comprar, también porque los bancos ya no quieren financiar el negocio -ni a los que promueven ni a los que compran- y, por último, se van porque tienen fácil el hacerlo (entiéndase irse como abandonar el sector o como paralizar radicalmente la actividad, dejando la empresa en hibernación). Nos hemos quedado sin promotores y al hacerlo estamos destruyendo empleo a unos ritmos y con una intensidad que no podemos menos que calificar de trágicos.

Cualquier sector recalentado exige un período de enfriamiento y el inmobiliario en España lo estaba y mucho. Pocas veces los factores se habían aliado con tanta complicidad dando como resultado un sector en ebullición. Un sector y por él toda la economía del país. Necesitaba enfriarse y, a finales de 2006, mostraba claros síntomas de que los miembros de la ecuación, deseo de comprar y esfuerzo financiero para conseguirlo, empezaban a discurrir por caminos distintos. Había elecciones cerca y alguien entendió que se debía aprovechar la calentura (la de los ladrillos) para enarbolar banderas de solidaridad. La consigna: lograr a toda costa que bajase el precio de las casas y con ello conseguir el reconocimiento de las urnas. Como estrategia, promesa de viviendas protegidas a precios muy por debajo del de las libres y una campaña con el precio de la vivienda como el objetivo a batir.

El resultado, harto conocido; descenso brusco de las transacciones esperando los compradores a la diosa fortuna en los sorteos. Un país que ha vivido sus etapas de desarrollo más fructíferas a la sombra de los edificios y que, por influencia de promesas, hasta ahora escasamente cumplidas, se amotina, se rebela y planta cara al sector que le aporta un porcentaje altísimo de su sustento. Y lo más grave, lo hace sin haber preparado la alternativa, sin contar con un Plan B en el que volcarse para resituar los excedentes laborales y la capacidad sinérgica que afecta al resto del mundo económico.

España no tenía un problema de accesibilidad a la vivienda, ahora sí lo tenemos. Habíamos aceptado vicios de comportamiento que inducían a restringir las fórmulas que otrora permitieron diferentes formas de acceso a un techo digno. Para los casos de real marginalidad, la solución, posiblemente financiada desde los intereses privados, podría haber estado en la dotación de un parque de viviendas públicas en línea con el censo real de ciudadanos desfavorecidos. No habría de haber sido gravoso para las arcas públicas y aún menos favorecedor de una carrera desbocada, por carecer del más básico estudio sociológico, en busca de la ley autonómica más exigente a la hora de intervenir en el mercado de la vivienda, como ha ocurrido.

Desgraciadamente, se nos ha venido encima la crisis financiera, cuyo origen, injustamente achacado al exceso de los inmobiliarios, no ha hecho si no amplificar el deterioro de nuestra economía, iniciado en el mismo momento que se decidió hacer política a través del precio de la vivienda. Ojalá España consiga encontrar, a través del consenso, al líder de un cambio de modelo y al equipo que, desde el sentido común, del conocimiento de lo ideal y de lo bueno, nos lleve a hallar un norte que se ha perdido y a erradicar el miedo. Pero que nadie pretenda engañarnos, la solución no está en tirar los precios de la vivienda. El consumo de las familias o, lo que es lo mismo, la confianza en el futuro es lo que nos salvará. Que nadie lo dude.

Publicado en: http://www.elmundo.es/suplementos/suvivienda/2009/571/1233270007.html

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